Se había trabado la cerradura que da paso a mi pensadera, esa búsqueda de facetas, esas caras de moneda que por un lado expresa angustia, perplejidad o el idealismo y en el otro posibilidades, sueños intelectuales que guiaba la razón tras las señales de su tiempo.
En 1755, un terremoto casi acaba con Lisboa con inicuas consecuencias ante la moral de entonces. Se salvaron los burdeles y se dieron los escombros en los lugares del culto. Si fuesen estos fenómenos un castigo divino, ya la guerra de treinta años había dejado evidencia que era difícil demostrar la verdad suprema de Dios en mundo con argucias teológicas. La muerte hacia un fin allá en el cielo, el celibato que requiere un cura casto para la transustanciación del pan y el vino consagrados como el cuerpo de Cristo. La lucha mítica entre Dios y el diablo y la presencia del alma en el cuerpo como un éter sagrado llamado el pneuma.
Pensaba en Borges. Entre esa trabazón de ideas, encontré un poema bufo: “Pranto de María Parda”. Este texto del portugués Gil Vicente saltó al escenario 500 años después. Lo bufo, épico y avinagrado ve llorar a algunas mujeres como a las magdalenas, las no arrepentidas, entre una negra y mala sombra que les nubla sus maneras de sentirse en la vida. Así lo define Robert Batra de la Universidad Autónoma de México.
Maria Parda en ese año de 1521 y otros años ve cerradas las tabernas:
Calle de la Amargura/ ¿Cuándo te nació esta pasión por las cerraduras? / Cuando voy por ti, calle mía,/ todos los pedos que dejo/ son suspiros de saudade/ y esa ventosidad sopló/ en mi nacimiento.
En aquel tiempo, gases intestiales generados por el vino, eran considerados por algunos teólogos y filósofos, época del renacimiento, como esenciales hálitos del ser humano, entendidos en misteriosa relación entre el alma y el cuerpo. Esas ventosidades tras el vino consagrado eran un pneuma, esa sustancia sutil y misteriosa hasta la divinidad que recorría los canales del cuerpo, lo olorizaba y emanaba del cuerpo como una comprensible percepción del alma.
Aquellas creencias machistas, para el autor Gil Vicente, en «Pranto de María Parda», simbolizan los años malos; cuando ella, mujer y alcohólica, no tenía sitio en la ciudad. Quinientos años después, revive en la memoria mítica donde esa mujer aún no tiene sitio. Con su garganta seca por su sed de vino, Maria Parda lo busca en las tabernas cerradas y todas las calles de Lisboa. Persiste entre el vacío de sus tiempos y de otros tiempos.
Su gran tristeza es la saudade, ese hermoso nombre portugués de la melancolía. Una Saudade vagabunda por las calles de Lisboa donde ella no percibe a la ciudad hambrienta y acosada por la sequía. Solo le acosa la sed del vino.
En otro verso, ella borracha y miserable, encarna la crítica contra especuladores, mercaderes y usureros y la corrupción en Lisboa. Allí María la Parda representa el ritual de la taberna con la ebriedad colectiva, la fiesta callejera y el amor libertino:
¡Por los pezones de mis pechos! En el barrio del Espíritu Santo estaba el nido al que yo volaba: un claro vino rosado ¡Oh, mi bien rosado amor, ¡quién pudiera dar un grito!
Gil Vicente trae en estas coplas el ritual religioso, lo cristiano y pagano que en la taberna exalta las antiguas ceremonias que estimulaban la borrachera para celebrar a Dionisos o a Baco. En el cristianismo invocan el simbolismo del vino como sangre de Cristo. Expresiones de un ritual de pasaje, fiesta o ágape; lo que es goce y transición a la transgresión, así idealiza una activa condición, sea del relajamiento de las normas y los hábitos o la entrada a la luz con bienaventuranza. Un contrapunteo pagano y cristiano que evidencian estos versos:
Oh bebedores hermanos ¿de qué nos sirve ser cristianos, cuando Dios se nos lleva el vino? Año triste tan mezquino ¿por qué nos quieres paganos?
El Lamento de María la Parda, trae una escena ritual en la formulación del testamento, se expresa en un burlesco tránsito a una nueva vida. Los curas borrachos celebran a las mujeres tomadoras y a las huérfanas casaderas, pero condenan a quienes fabrican los vinos malos y a los frailes que ofrecen misas secas.
En el testamento, el Lamento de María se referencia con el viaje del alma encomendada a Noé, el patriarca y santo patrón de los borrachos, con el deseo de que su cuerpo tenga por ataúd una barrica, simulación del arca. Su alma en el cielo no cede ante su propia sed virtuosa de la tierra, la sed etérea va consigo. Un cuerpo empapado tantos años con vino, ha contaminado a su alma y sufrirá una sed eterna; sequía y saudade, hasta la resurrección de los cuerpos que le devuelva los jugos fermentados del vino que necesita.
Vientos y vinos de María la Parda
Cuerpo corruptible es incapaz de enviar sus signos al alma. Sólo la sustanciación sutil del pneuma, ese viento etéreo corporal con signos comprensibles por el alma: lenguaje fantástico porque los efectos del vino consagrado e idealizado, tenían consecuencias infinitas y cósmicas. Pneuma que poseía el misterio traductor del lenguaje con que el cuerpo y el alma se comunicaban. Un misterio que atormentó durante siglos a los pensadores. Aún en el siglo XVIII, Kant trató de resolver ese enigma que tanto ocupó a Descartes y en María la Parda el autor lo resolvió con sencillez.
María establece en su testamento que en sus rituales de su entierro los sacerdotes que asistan deberán: «tener tanto aliento / como yo para beber». Sólo los curas borrachos podrán insuflar sus almas de la fuerza suficiente para vivir. Vino que auspicie una acción pneumática intensa para que, con su sagrada fantasía, impulsada por sus vientos somáticos, se compenetre en la sede del alma. ¿Qué más podría desear un poeta de su tiempo?
Toda criatura adulta ha tenido alguna evacuación poética que ha contribuido a su salud. «He conocido a un hombre –dice Swift– que pasó varios días pensativo, melancólico y delirante, y que de golpe se volvió maravillosamente tranquilo, ligero y alegre, después de una descarga del humor corrupto bajo forma de metros excedentes y purulentos». ¿Habrá sentido lo mismo Gil Vicente cuando descargó el Lamento de María la Parda? En todo caso, se burla de una tacaña, Falula, que no quiere fiarle a María un par de jarritas de vino, diciendo:
Dice Nabucodonosor en el Sadrac y el Misrac » Quien se vaya a echar un pedo que lo pare en el trasero» Y dice más, «El que mucho pide hermanita mucho hiede»
Kant continuó la ironía de Swift en sus reflexiones sobre las posibilidades de que los hombres estableciesen contacto directo con los espíritus. Sugiere que los fanáticos visionarios, adeptos del reino de los espíritus –que en otras épocas eran quemados– ahora podrían simplemente ser purgados, y que no era necesario recurrir a la metafísica para comprender los engaños de los profetas, como Swedenborg, sino mejor acudir a los versos de Samuel Butler, el gran poeta cómico inglés, quien explicó cómo las leyes pneumáticas de los aires corporales permitían entender que, según lo cita del solemne Kant, «cuando un viento hipocondríaco se desencadena en los intestinos, todo depende de la dirección que tome: si va hacia abajo, resulta un pedo y si va hacia arriba es una aparición o una inspiración santa».
Gran problema el de los soplos divinos y la inspiración poética, podría resolverse en el ámbito de la anatomía de las rutas internas; sobre todo, con ayuda de las leyes mecánicas que determinan la trayectoria y la posición de los órganos y los ductos que orientan los soplos alcohólicos. María la Parda sabía que los desheredados con sus posturas quieren que los vientos soplen en otras direcciones. Pero esta actitud corporal se la prohíbe la roñosa señora Vizcaína, cuando la rechaza:
Yo no doy el vino fiado Ve con Dios mi buena amiga/ ¿Quieres que te lo diga? / Ni una camisa tienes / Dizque ésta no es hora / de poner el culo al aire / Desángrate: Parda María / hora es esta del ayuno
Behind the scenes | ‘Pranto de Maria Parda’
¡Salud! a Roger Bartra de la Universidad Nacional Autónoma de México. He tomado desde su texto.
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