María Parda en el Alto del chuzo

Alto del Chuzo, Santa Tosa de Cabal. La “María la Parda» mitica de colonos antioqueños, aquí es bella, cruel y despiadada; despellejó vacas y echó sal en su carnes heridas, corrían y le divertía su desespero. Sometió campesinos con oro y dinero, le trabajaron sin descanso. Crecía su fortuna, ellos escombros humanos. 

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Cuando entregó su alma en su pacto con Satanás, vestía lino blanco hasta los pies en la cima de El Chuzo, una luz de luna y plata iluminaba, la luz de una fogata en su rostro, la belleza de sus misterios de luz y sombra. Asumió una posición de estrella y en su corazón vibraban círculos concéntricos; erguida en lo alto del cerro, su cabeza levantada y los brazos extendidos, las manos izquierda y derecha hacia abajo y arriba, como el polo eléctrico de un circuito abierto. Canalizó así la energía del universo y las fuerzas de la tierra. 

Ella ahí, la fuerza invisible del cosmos que ha moldeado al mundo agitaba su cuerpo, las chispas le estremecían impactada por un rayo.  Su fugura asumió el brío de la naturaleza y con ese carácter enfrentó al poder de las Tinieblas. La montaña palpitaba con la intensidad de un vientre preñado y una borrasca batía al bosque cuando María Parda convoco al Ángel del Mal y éste emergió desde el fondo de la tierra con fuerza de volcán. 

María Parda postrada al supremo de los infernos, le recibió un pergamino firmado por Ananel, aquel arcángel caído que enseño el orden del mal a los humanos. Así lo expresa Jaime Fernández Botero; «yo, Maria parda, hallándome en mi cabal juicio, escribo y declaro de viva voz, de manera clara e inequívoca, de suerte que todos lo vean, oigan y entiendan, que podrás disponer de mi cuerpo y alma, una vez me permitas durante Diez generaciones conservar indemne mi belleza; protegerás también mi fortuna de intrusos y solo yo podré tener acceso al interior de la catacumba donde se guarda, para contemplar su esplendor y vivir en la gloria del áureo metal». Al instante apareció en el pergamino el 365 del Abraxas, un antiguo de los malignos asirios, sobre él los brujos crearon el término “Abracadabra”

Satánail, maligno del libro apócrifo de Enoch, conocido como Satanás, aseguró Miguel Ángel Sánchez, mientras arrancaba un palo de yuca y miraba hacia el Alto del Chuzo, señaló hacia lo alto y aseguró que allá donde brillan las hojas del yarumo blanco, ese demonio escribió con la punta de la pluma de un cuervo la frase final al pergamino de María Parda: “El conjuro desaparecerá cuando la firmante realice un acto que tenga las potencias del bien”. Ella le replicó: «Prometo mi cuerpo y alma eternamente. Mi propia condición será tuya con su alma. Con un pero, muy claro, si no cumples lo pactado, quedaré libre de implorar la Divina Providencia». Así pacatado firmó: «María la Parda«.

Yarumo blanco en El Alto del Chuzo

Santiago Fernández, con su narrativa endiablada: -María Parda tenía una carta marcada. Ella quiso llevarse por los cachos al demonio. Entre su pecho y oculto ante los diablos tenía el signo de la redención, una cruz armada con ramitas de palo santo entre sus senos.  Así haría posible eludir el sino fatal de su vida, aunque el dolor ajeno fuera la fuente de su eterna juventud.

María Parda marcó con sus crímenes un estilo de vida, la muerte ajena agrandaría su vida y su poder. “La vida es una guerra y en la guerra sobreviven los más fuertes; los sentimientos y las lágrimas atan y debilitan; la insensibilidad cualifica a los seres entregándoles la potestad de controlar a otros, quien alberga amor en su corazón, decía, lleva espuelas en sus costados«.

Habrá que buscar por cuantos más años y por cuales más lugares este mito de María Parda. Cierto día, ella descansaba bajo un Yarumo blanco, miró hacia unos pollitos y los hizo alejarse a pesar del cacareo llamativo de la gallina. De pronto la enterneció uno y otros saltaron a su regazo. Sintió el llamado de un mundo lúdico y bueno. Percibió la vida creciente y animosa, aun condenada a su fin en una olla para el deleite de otros. Le conmovió ese destino. Avergonzada y arrepentida de su debilidad, sumergió a la gallina con sus polluelos en un recipiente con oro fundido.

María Parda, cada vez mayormente hermosa y juvenil, con sus aspiraciones cumplidas y un hormigueo de sentimientos encontrados, no fluía en sus percepciones la emoción ante la naturaleza y el entorno que antes captaban sus sentidos, algo vedaba su sensibilidad. Por instantes el lugar le impregnaba vigor, algo no logrado nunca, ni con su belleza ni con su oro; absorta, veía pájaros en sus nidos y el recuerdo de los polluelos que sin miedo se acercaron a transmitirle amor, una dimensión vacía en su vida. 

Por esos meses los habitantes aledaños al Alto Chuzo vieron a una María Parda ausente, caminaba sin rumbo, sin sus trajes lujosos, vestía la austeridad de una penitente o colores lila y morado; ensimismada, su mente no eludía la imagen tierna de los polluelos.

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Cayó un rayo multicolor cerca al yarumo blanco y desde esa tarde se percibía una neblina sin maleficios. María Parda la ensimismada, despertó a una realidad oculta, los fantasmas de quienes había hecho daño pasaron por su mente, no disfrutó como era usual en ella; se horrorizó, busco la bondad y se transformo, delirante lanzaba por los caminos y el bosque millares de esterlinas y morrocotas, monedas de oro que dejaban de llenar la razón de su existencia, quería retribuirles los daños causados a los labriegos. El vacío de la bondad en su vida era tarde para rectificarla; lo más tenaz, aquella emociones terminarían su relación con Satanás.

Envejecía con rapidez, no le importo la pérdida de su belleza ni el inevitable fin, consumía mucho vino y perdía el oro que tanto amó, sentía la sequía y la sed del vino sobre todo las riquezas. Se desfallecía en una lentitud de gratos recuerdos con los polluelos. Un hálito de gases sagrados de vino blanco le diluían el poder que adquiría intimidando a otros, como aquellos gases que modulan el alma que decían los misioneros en sus sermones.

Manifestó un deseo: El acceso a la cueva donde guardaba sus riquezas y tesoros en las profundidades bajo la pirámide montañosa de El Chuzo; ese lugar, solo tendrá señales al aura de un alma noble, sin ambición. Esa riqueza suya, producto del dolor, llevará alegría a los desposeídos de la fortuna; este motivo, quizá propiciaría la redención para su alma atormentada y enajenada por tantas obras torcidas guiadas por el maligno.

Estas leyendas de gallinas y pollos o huevos de oro, se derivan de Asturias y llegaron con la narrativa oral de los migrantes españoles.

Satanás reapareció entre vahos azufrados ante María Parda ya inerte y anciana. Quiso llevársela; sin embargo, era otra mujer con semblante apacible, la misma imagen de aquella María Parda amargada que con sed suplicó el vino en las calles de Lisboa; ahora serena, había encontrado la paz interior tan negada por su falsa ilusión con espejismos de oropel. Había sanado su cuerpo descompuesto por la carencia del vino del siglo XVII, imagen que indigno a Satanás, quien desapareció con ella como un botín inerte ceñido en una espiral de fuego.

Los ambiciosos guaqueros y rebuscadores de tesoros que se internaron en el bosque en pos del oro y monedas lanzadas por María Parda, encontraron que por cada una había un sietecueros, ese árbol llamado nazareno por sus flores lila y morado en el Alto del Chuzo.

Decía Malía Velázquez, vecino de Miracampo y caminante por las trochas de El Español, sendero del Alto del Chuzo: -a veces iluminan las monedas donde nacerá un sietecueros, brillan en las piedras los mensajes de María Parda, ella desde el más allá trata de indicarnos donde están los tesoros. Siempre la he perdido, como aquella visión tan fugaz de una gallina con pollitos de oro y el sonido de una campana con el tañido del oro acompasado con las luces que brillan en la montaña. Nadie descifra ese enigma y la puerta que se abre en noches de viernes santo y por navidad vuelve a cerrarse.

El rio San Francisco es la escorrentía que baja del Alto del Chuzo, en ese lecho existen piedras con inscripciones. Son petroglifos indígenas Quimbaya, dicen los barequeros del oro, otros juran que ante una talanquera de cruces aparece por allí el sello de Satanás y la frase: «Por aquí pasó el diablo supurando gases con los olores que producían los vinos de una tal Maria Parda borracha, sus cachos echaban candela y la llevó hacia la entrada de una cueva con rumbo a los infiernos».

Jaime Fernández Botero. Alto del Chuzo, sitios de poder y pensamiento mágico.

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