Caleñol

Era el goce del sábado en la tarde. Un baile con biche, arrechón y matapalos en la casa menos santa del Barrio Obrero, taberna con prostíbulo. Una lobita casquifloja con su chulo revisaban su juego de baraja. Media hora ahí con el ritmo de Piper Pimienta, Charles Figueroa, Benny, Leo Marini, La Sonora y el baile de currulao con mapalé. Mi pie flojo se calentó cuando bailábamos “A la memoria del muerto” y se armó la trifulca con chichonera de perros y chacales. Era una cantina de puñalada semanal.  

Ayer un camorrista paró la pelea, se miró el rayón que le marcó su contendor: le pasó cerca el traje de la muerte cuando le trazó una cruz junto al ombligo. Ese marica casi me lleva a que me carguen muerto. ¿Si vieron como pude sacarle quite al man? ¡Uff, que tigre ese! decía. Su hembra estiró la minifalda que dejó ver sus azules y le abrazó su blusa abierta al calor de sus pechos descubiertos, lo llevo al baile, cadenciosos y amorosos, el movimiento de sus caderas marcaba límites con cadencia, ahí estaba su cadena y él seguía su ruta con la punta de sus dedos, le rozaba los muslos hasta donde sus músculos se juntan.

Bajo la sombra en el patio de otra casa se había formado un tapete con flores amarillas que caían de una acacia. Debajo un conjunto de negros sacaba notas de currulao, los sones con trozos de madera cimbraban como campanas opacas, bailaban. Ahí conocimos el tintineo den-den-den, sonido grave y frenético en su marimba balafón de madera de chonta. Es nuestro piano de la selva y el agua, nos dijo, y que había llegado de su vereda en Jicaral por los esteros del río Nipi, cerca de Guapi.

Habló cantado, meneaba y se meneaba en su rumba sagrada, vine a visitar a mis amigos, les traje chontaduros. Abrió un saco de lona.  Pruébenlos, dijo otra y nos ofrecía la palangana llena. Aquí lo importante era participar en la fiesta con música y comida del Pacífico. Bebían alcohol, biche sagrado e ilegal, sonaban instrumentos baratos bien labrados y una tabla de lavar ropa en los ríos.

Habló la de Jicaral: mientras tengamos marimba y guasá para meniá, tenemos fiesta. Y nos presentó al músico del balafón: ando con mi paisano Antonio Torres, Gualajo, el negro más grande de nosotros. Él fabrica la marimba mejor de todas y es maestro. Purísima madera de palma de chontaduro de los lados de Sansón. Él rozó esa madera al toque de una escala musical que fluía como cascada y continuó, este instrumento tiene el sonido del corazón africano en el Pacífico. Allá nací a quince minutos de Guapi, somos hijos de río y hermanos de la naturaleza. Gualajo nos ofreció un trago de viche. 

Cuando Rubén comentó a Dachize la vida inicial de Piper Pimienta y el origen de esos músicos, bailarines que compartían vida en Cali y hacían historia, comenzó a frecuentarlos. Quería una vida así de creativa. Los necesitaba porque le hablaron de cómo la salsa de Nueva York había llegado por Buenaventura en los barcos con el swing y el fonógrafo, los melómanos viajaban a comprarle a los marineros, luego en radio y aviones: los discos, las orquestas, el mambo, los compases de El Caribe y Nueva York, esa novedad del rock y la música pop con su mezcolanza de ritmo con pasos y movimientos que forjaron un estilo musical valluno propio de un mundo salsero.

Dachize ven, bailemos ardientes esta tarde otra vez con mujeres y entre hombres. Pienso en algo que, entre el baile de negros y gente de todos los colores y alucinados, me reaparece una imagen cuando me encandilo de alegría. Este licor y el baile me incitan y excitan la idea de crear un grupo de bailarines. La música y el baile nos disuelven como un solo ritmo.

Un momento pal descanso y pensamiento, se anticipó Dachize con la onda que sonó con Yesterday y canciones de los Beatles. Esa era la gente que habla desde sus pies y su compás de salsa, el universo del rock.

En estos lenguajes nos entendemos los Caleños, decía don Carlos Trujillo, y aconsejó a Dachize para que impulsara su idea del grupo de bailarines profesionales porque ya le tenía lista la pista de Séptimo Cielo. Y le habló del baile de la Costa del Pacífico con sonido de tímpano y le desdobló la historia de Gualajo desde cuando le cortaron el ombligo encima de una marimba de chonta, le vino distinto a su bautismo de macho con machete y palabras en el monte.

Dachize me confesó: debo dejar atrás tantas cosas, no sé cómo encontrarme, o cuál es la ruta para llegar a mí misma. Seré la bailarina reina de las pistas al llamarme Dachize para que me sientan como una maga que embruja desde los pies. Se decidió. Empezó el aprendizaje de esa mezcla colombiana, africana y española, la agitación salsera con sones cubanos y el aire de Nueva York, ese ritmo caribe que se mete en Cali por los pies. También música de ola rockera y ese tango que interpreta sentires de una ciudad dura.

Tembladera y sintonía de vibraciones que están en el aire y la madera de entrada al piso; pasos de guaguancó, rumba, boogaloo, pachanga, guaracha, pena y bomba. Pocos meses trabajó en una fábrica de confecciones, asistía al baile y en las noches aprendía sobre lectura del cigarrillo y las cartas.

Dachize, sentía ese festival en el cerebro. Adoró el rock y así caminó frenética la calle e hizo buenos negocios, ya no era tan insignificante como creyeron en Morroazul. Invitó a un círculo de jóvenes que ensayaban de tarde a tarde y durante varios meses en sus casas; disponían de salones para sus bailes en El Guabal y Cristóbal Colón; armó su grupo, nos reuníamos en el garaje de Conchita, ensayábamos tarde y noche, frente a frente, frente a los espejos, frente a quienes más sabían porque hacían de jueces.

El barrio obrero en cali cuna de la vida salsera, del América de cali. Cultura y tradición musical.

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