Me hablaron de un lugar innombrado, un no lugar. Lo que no que no se nombra ni existe, rumoraban, ninguno sabía el nombre.
Guillermo Gamba. Un pasaje de «Dachize entre villanos»
Apenas los sonidos de la torrente del riachuelo que caía al mar sin nombre. Todo a merced de viento y agua se diluye sin ningún movimiento.
Un lugar tan vacío de lo público y lo estatal, ni tan siquiera se acordaron de su nombre, ni lo ubicaron en un mapa. Era un lugar mental entre una selva hacia la costa de un Mar sin Nombre. Cuando lo imaginé al revés surgieron las imágenes.
Lo vislumbré al oírlo, emergía entre golpes de agua en la rivera del caudal donde una población negra, indígena y mestiza, convive con reglas sociales de agrupación y familiaridad, su vida común se afianza en espacios junto al río, pesca y agricultura, la música y la fiesta, los cantos de alabaos, trabajo en pequeños cultivos, los rezos y los rituales. Las escenas de mi mente quizá no sean lo real, son mi realidad inventada desde mis visitas a lugares que conocí.
Aquel lugar sin nombre se envolataba bajo la suciedad de mapa perdido de un territorio tomado con antivalores, allí no les llegó la modernidad, allí se esfumaron los ideales sobre el poder compartido. Ni democracia, ni gobierno, ni manejo de lo público; así estas ideas influyan cada vez más más en realidades locales y globales, en ese espacio parecen improcedentes, arriba giran satélites y abajo son otros dominios y están presentes instituciones ajenas; aún más, desconocidas. La política y el poder pertenecen a personajes que usufructúan un gobierno confuso y difuso hacia un maleficio extraño, bajo su mar sin nombre circulan los submarinos que sacan la droga de lugares que llaman las cocinas innombrables.
No sé si haya libertad o si acabó la guerra en esa lejanía donde las estructuras y las vidas de sus pobladores acontecen entre cantos nativos en un mundo feudal, los amos que tienen el poder con votos comprados, son mudas voces vedadas, acosadas por grupos violentos o inventados en la trama de un sistema electoral perverso. Allí han votado varias veces los muertos y en las urnas se infló el censo electoral. Democracia y gobierno pertenecen a un sistema de pensamiento ajeno a la vida en común de pobladores que descienden de otros pueblos y con otras lógicas culturales.
Pensaba en esto y una voz decía: Soy un sujeto común vulgar y fácil. Recordé el relato de alguien que estuvo allá. Dijo que allá tenían un alcalde y ocho funcionarios, cinco concejales. Y ¿Cómo recolectan los impuestos? Alguien cobra y reparte cuotas; el otro dinero, lo que envía el gobierno nacional para los servicios sociales, lo maneja un banco de una ciudad portuaria. Seis horas en canoa por el río suena el motor de cada mes cuando el alcalde viaja a traer la plata. Por dos meses él estuvo enfermo y debió aplazarlo.
Una mañana salió a su viaje, sin regreso, por la remesa de gastos para tres meses. Regresaron sus dos acompañantes con una novedad: el alcalde se voló para un puerto de festines con la plata. Corrió el rumor. Los pobladores llegaban, lo comentaban al pie del árbol más grande de la plaza, su lugar de reuniones y encuentro de vecindades en la tarde. —Se fue el alcalde por la plata y se perdió con ella—, exponía una vecina.
— ¡Qué verraco!, coronó—, lo dijo algún poblador. Y el rumor circulaba de boca a oído y de ahí entre otras bocas sin pasar de ahí, no se agrandó ni se desfiguró, no pareció un asunto grave.
Los funcionarios madrugaron con sus redes, su rutina de siempre, dos horas hasta conseguir el pescado del día y unos plátanos, después iban a la casa municipal por cuatro horas; cuando estaba el alcalde, en la tarde conversaban su futuro del ocio, jugaban dominó, escribían y resolvían asuntos menores. Vida quieta de pequeñas infracciones. Tomasa y tres maestros enseñaban a los niños y viajaban cada mes al puerto por el sueldo, el médico los visitaba cada cinco meses. Un curandero y tres comadronas resolvían los percances de las enfermedades, los más graves se morían, los llevaban y despedían con un canto de alabaos por el río, los dejaban al agua. A lo lejos hacia el agua sagrada, mar con delirios y tormentos.
Pasaron cinco meses y regresó el alcalde. Corrió el rumor: —¡¡regresó el alcalde!!… ¡¡regresó el alcalde!!…—. Los pobladores se reunieron bajo el árbol grande de la plaza, su sombra era el amparo glorioso en su territorio. El hombre ahí, agachado y acongojado, se sentó en una piedra y lo rodearon en círculo. Se arrodilló ante ellos sin mirarlos, la cara entre sus manos, lloró durante quince minutos mientras sentían un calor pegajoso y respiraban con los sonidos desde la selva y el río, el resto eran silencios con cantos de pájaros y ruidos de vuelos de insectos.
Cuando habló pidió perdón. —Estoy muy arrepentido, yo sé que hice muy mal, que los he defraudado. En ciudades de turismo me gasté la plata en baile y en parranda. Yo andaba muy puteado. De pronto, una mañana, comencé a sentirme sólo, y…. ya sin dinero, me fui a la iglesia y le pedí ayuda a Dios, él me iluminó cuando sentí que mi lugar solamente estaba aquí, en mi pueblo, con ustedes. Por eso he regresado a pedirles perdón, créanme, estoy muy arrepentido y no tengo un lugar para donde irme, mi casa es aquí y ustedes mis amigos.
Los vecinos se palabreaban, había corrillos con rumores y no sabían ponerse de acuerdo para un asunto como este, sobre todo porque el alcalde fue su amigo de siempre, les hacía favores y les ayudaba. No sabían cual Dios lo había regresado ahí, si el de los blancos o el de ellos; sin embargo, todos le debían un favor. ¿Qué hacer con el alcalde?…
De pronto levantó su voz la comadrona que más hijos de todo ese poblado ayudó a llegar a ese mundo: —vea mijo, nosotros por ahora no sabemos qué hacer con usted, esa plata que se gastó es del municipio, eso es de los políticos, de eso a nosotros no nos toca nada—. Hizo un silencio y miró a sus espectadores, —haber… ¿Quién propone algo? —.
Levantó su voz la otra comadrona: —hagamos una cosa—, puso su mano en la cabeza del alcalde, con la misma suavidad como lo haló en su nacimiento para sacarlo del vientre materno. — ¡Vea mijo! — y miraba a los vecinos, —Usted es el alcalde, váyase al rio y báñese, abrace al perdón del agua y continúe desde ahí en esa oficina que le asignaron los políticos, que este pueblo ya ajustó cinco meses sin alcalde—. Los vecinos aprobaron, les pareció lo más sensato mientras regresaban los políticos.
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