Runas de nacimiento

Viviana

El destino atrajo el momento cuando mi padre recibió del notario de Copacabana la finca de Santa Elena. Un año antes don Alfredo Trujillo se la cedió por el trabajo y lealtad con que le acrecentó sus negocios, lo hizo con promesa y palabra oficial en acuerdo mutuo. El notario le orientó, con la misma calidez de él, la existencia del título, cuando requirió registrarlo con un acta basada en otro documento donde se ratificaba esa voluntad.

Durante los meses de aquel duelo mi padre acompañó a los herederos que lo vieron justo. Vivimos allí hasta el término de sus estudios de agronomía. 

Mi padre Emilio Palacín se había unido con mi madre y preparaban instalarse en Santa Elena a engendrar mi nacimiento, eran jóvenes con necesidades de su tiempo entre un espacio rural donde anidar sus ansiedades paternales; él aún más, quería sublimar sus ensayos de perfumero con aceites esenciales y aromas florales. Tan seguros se sentían entre cultivos de plantas condimentarias, aromáticas, florescencias y fragancias que nací en la casona de Santa Elena, habitación al lado del segundo patio, sin dar aviso ni dolores de parto.

Me vine de manera natural, ni sorprendí a mi madre, avisé con un pequeño malestar y tomé el impulso que me expulsó en el piso, al lado de la cama; ella se había acomodado sobre un cobertor y pujaba por sacarme tras las aguas cuando se rompió la fuente como si fuese la apertura de una compuerta a un mundo de nuevas flotaciones entre el aire, las trampas de mundo y la energía del sol.

Lancé mi berrido de combate para que no se preocuparan. Mi padre cortó mi ombligo, me miró de cerca y ayudó a mi madre a salir de su asombro, le acompaño el alumbramiento y la abrazó con su ráfaga de felicidad. Salí a la vida entre la emanación de las flores de los limoneros al jardín del mundo y el inventó su propia fragancia de azahar. 

Tu primo Emiliano Palacín.