Tiempo etéreo

Dachize está confusa desde lo violento a frívolo, fraccionada de vida y cuerpo, lo físico a lo etéreo ante la confusa situación de su país, existente e irreal, una patria de sueños encontrados e ideales que fluyen entre pasadizos de espejismos.

Lo vivido ha sido licencia de doctrinas deshonestas y acá o en otros lados solo observa torres de sangre, árboles de sangre, casas de sangre, nubes de sangre, el universo sucesivo rojo temporal y no espacial. Solo es realidad lo que sucede cada tanto kilómetro y en tantas tardes y mañanas grises. Las noches traen sus goces y sus penas.

      Cuando más sanaban mis lesiones más lejano de mi sentía el cuerpo. Terminaría esta vida bailarina con rasgos que no son míos. Carezco y siento vacíos. Ese yo mío, el que siempre me ha pertenecido, ya no está en lo que estoy. Si acaso fuese mujer la muerte yo nunca moriría, viviría milenos por delante.

En mis confusiones he existido rodeada de personajes adictivos y presenciado esa degradación de vidas cercanas y malandrinas; me revelé tras el recelo y he estado en otra orilla. Debí servir con fiestas, danza y sexo, enfrentar la contravía de hombres duros y cobardes.

He apaciguado extravíos de contrarios que iban a matarse, al sosegarlos bailaron juntos. Cada recuerdo mío vincula sensaciones de música con truenos, olor de tres mil vientos, caos y alevosía, traiciones de amaneceres y en los atardeceres se echa a rodar el mundo hasta cuando salen los cocuyos. Siento un dolor carente de esperanza, deseo que nada se interponga entre el sol y yo.

Así se sentía Santi, su femenino era inteligente y confuso, aunque pensara que sería grandeza ser hombre y mujer; a secas, esa iniquidad en la forma de sentirse le llamaba a encontrarse con la muerte, aunque en su mente la funcionalidad masculina y femenina se complementaran y en momentos del baile en escenarios exigentes le engrandecieran en una plenitud fugaz. Aunque las presiones de la vida le quitaran libertad, ella brillaba; aunque la empujaran hacia la oscuridad entre esos cruces donde la acorralaron, debió imponerse entre vida y muerte.

Pensó y recordó, flotó su espíritu en la senda veredal del Rio Arriba, la tierra de su niñez sobre cafetales y techos oscuros con humedad y musgo. José Quimi andaba en un camino cercado de matas de fique con hojas de ceniza, paisaje con floresta de arbolocos y flor morado, las flores de beso de poeta tan invasoras intentaban apoderarse de las ramas en los árboles y el mismo ecosistema las controlaba.

La inventiva de Mamá Sofía le cantaba al viento de la cuenca de Río Arriba; ella tejía bolsos y líchigos de fique. Era su niño y le ayudaba a torcer la fibra y a teñirla. Se sentía vivo entre gatos, aunque alucinaciones y muerte se sucedían ahí y en otros lados, sentía asombro ante la vida natural y las telarañas del comportamiento humano. El ritmo croante de las ranas y los insectos traía una vibración de átomos y células vivas, nuestra música estaba en la naturaleza.

En otros lados seguía el odio, terror, amenazas, despojos de tierra, matar y huir. Recordó el estudio, disciplina, goce, bailes y secretos de acciones malevas de Qin. El placer de sentirse deseada, aunque entre muerte y violencia fluya esa desmemoria colectiva, o esa felicidad abyecta. Los victoriosos, con opresión atroz, ejecutan y duplican el proceder perverso del presente y el pasado.

Agustín Irusta entre sus triunfos en Norteamérica está «Polvo de los Caminos” la más extraordinaria de sus creaciones, recorre todos los umbrales de la américa mestiza. «Polvo de los Caminos» es también el recuerdo de sus pampas interminables y de las carretas ancianas y vagabundas que transportan nostalgias y esperanzas.