Guillermo Gamba López
Pienso ese ambiente poderoso que enseñó Heráclito en la antigua Grecia. Nuestra realidad en la impermanencia y la energía que transforma. Escuchemos más allá del sonido esa musicalidad del cambio entre piedras y milenios. Somos lava y rocas, hijos de la ceniza del volcán, vivamos como Sabina mil noches en un día.
En Pereira rotábamos la rutina en el claustro San José, era el baño al río Consota, caminata entre montaña y aguacero. Decía el padre Aristóbulo, iremos como los ríos y saludemos a las piedras, a los árboles; en este paisaje igual el todo cambia siempre, somos tiempo y células que se transforman rápido, partículas que fluyen constantes como el agua.
En Pereira coexisten ideas complicadas con el cambio. Lo pregonamos y lo negamos, lo resistimos e intentamos controlarlo, nos mueve entre las revolturas del estrés, el consumismo, la ansiedad y la impotencia. Nos vibra entre expectativas y agotamiento. ¿Tendrá que ser siempre así? Dudo del cambio que pregonan para que seamos la capital de un eje. Unas veces volteamos en el mismo punto como Aldemar, un vecino loco del barrio Cuba. Aquel orate, en busca de su propio juicio, se revolvía en su cordura. Adiviné esa mentalidad tan suya, adecuada entre volteretas que fluían como su energía del crecimiento.
En la política del cambio que pregonan los discursos, ¿acaso no tenemos otra elección al respecto? Le voto al beneficio de la duda, nos guste o no la vida es cambio. En estos meses electorales y de gobernantes nuevos sería prudente un cambio de posición, una tenacidad más útil hacia una conversación y una apuesta más infiel acerca del cambio.
En estas ciudades librepensadoras y creyentes, habitamos el territorio por voluntad de Dios, es doméstico creer en algún dios. Le rezamos con la fe ciega de los incrédulos, que, perdidos y desorientados ante las vírgenes y santos, bañados y bautizados entre dudas y divinidades, adoramos sus íconos. Los rituales primitivos con el fuego de una vela donde arden duelos, quebrantos y enigmas.
Otros han decidido su dependencia del político y muchos del patrón. Se agitan múltiples culturas que fluyen hacia la identidad partícipe en esa pertenencia hacia el más poderoso entre territorios cordiales y violentos. En las interfases de este tiempo, ¿hacia donde cambiaremos? En la calle nos llenamos de un equipaje nuevo e incompleto de chucherías tecnológicas. Queremos viajar como habitantes de un mundo donde nos transformarán otras circunstancias, difíciles y alegres, como lo hemos aprendido en las buenas y en las malas y acá mismo en poco tiempo.
En cada barriada, empresas, instituciones, en la vida entre comunes o la masificada, se mueven ambientes y formas de vida desde el orden al desorden y el reorden. Estilo llamado alostasis por el neurocientífico Peter Sterling y el biólogo Joseph Eyer. La alostasis se basa en la idea de que, en lugar de ser rígida, nuestra línea de base saludable es un objetivo en movimiento. Esa búsqueda de estabilidad cambiante, basada desde el reconocimiento de la vida en lo inestable; asi con esa idea no está expresada en los discursos. Aunque nos define, se niega el cambio, desluce entre alocuciones.
Deberíamos escuchar algo mejor de los candidatos al mandato y poder político. Las palabras de los lugares escénicos donde sabríamos entendernos, los ideales de la vida sostenible y creciente en las ciudades con pobladores del orden que baila con el caos. El anhelo de esa estabilidad en vecindarios libres, seguros, cooperantes, renovados e inalámbricos.
Aprenderemos porque nos sacude una cuerda floja a la que mueven hilos invisibles, se comunican y jalan desde otros mundos. Si bailamos con los pies en el aire y el tiktok con los tiktokers más complicados, deberíamos imbuirnos en la renovación más incesante de nuestras vidas, con una conducta gerencial de nuestro propio ser y del entorno en el camino hacia el final los movimientos se conducen hacía renovaciones infinitas.
http://arte-actual.blogspot.com/2010/12/lo-%C3%BAnico-que-permanece-es-el-cambio.html
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