Guillermo Gamba López Guillegalo
Orientado con brújula y un libro, un autor me ha revolcado entre pantano y aguas dulces, mi nave busca a la estrella que guarda la esperanza de mi tiempo, regreso a la Edad Media atento hacia mil luces y me pierdo entre cuantos de energía sin hallar los algoritmos que descifren los principios y valores de este tiempo.
¿Quién ha envolatado la moral de mi país en estos días?
Soñé tras mi resaca carnavalesca. Una calle hacia el agua sin un puerto, no hallé moldes ni polvo de la conciencia humana, solo el brillo del oro entre la neblina de la ambición y el mar. El insomnio atraía trasteos de cosas desaparecidas. En el marco de un portón apareció Hanno Sauer y tras sus gafas noté la mitad de mi edad, me indicó la ruta de su libro “ La invención del bien y del mal”. Esos tiempos idos tras la compleja tradición de la moralidad humana.
Relató hechos y castigos tras procesos con reglas más o menos corrientes. Seguí esa esa huella que sólo puede descifrarse si reconocemos con otros ojos las prácticas de aquellos días que escandalizan, aunque seguían su propia lógica interna; cada tiempo y circunstancia histórica goza su paraíso, aplica sus procesos y arde con sus infiernos.
Explícame esos mundos, inquirí a Hano. El destello de su mirada expresó. −Piensa desde tus ciclos y tus órbitas. Señaló un pasado con sus “juicios de Dios” en esa Edad Media que parecía una divertida ingenuidad. La culpa del acusado se decidía cuando Dios daba sus señales, situación tremendamente racional en esos días cuando sus reflejos traían significados entre la luz y la oscuridad. Las catedrales benedictinas de la cathedra refugiaban la fortalezas de Dios y en la luz de los vitrales bullían señales de ideas salvadoras.
−Parecería a muchos una bestialidad, le dije.
−Las bestias roznan aún en tus propios días y mientras comen botan babaza, me replicó. Hay tontos que adoran la inteligencia artificial con la fe ciega de los carboneros; no se si piensan o copian, tampoco si incorporan esa herramienta a su potencial mental. Muchos pensadores de la edad media pensaban más, aunque recurrían a los artificios de la inteligencia divina; así su plataforma sagrada e invisible estuviera en la oscuridad, percibían sus luces, escuchaban al mundo, percibían vagamente la energía de la vida, intuían y meditaban. Sus juicios eran pasmosamente racionales y nada ciegos.
“El judicium dei” únicamente se realizaba para los delitos más graves y por lo mismo menos frecuentes. El procesado que no hubiese confesado, sin más coartadas testimoniales, quedaba a merced del juicio de Dios. Su señal absolvía o le acusaba y condenada. Y si quieres saber cómo terminaba esta comedia, léete el libro “La invención del bien y el mal: una nueva historia”. Anota tus propias reflexiones.
Se subestiman los valores morales fundamentales que nos unen: Hanno Sauer en “Moral. La invención del bien y del mal”
Mister Hanno: Me asombran estas cosas; dije para mí mismo y recordé. “¡Ah de la vida parva, que no nos da sus mieles sino con cierto ritmo y en cierta proporción! Porfirio Barba Jacob, en su Balada de la loca alegría. (1915-El triunfo de la vida.
Sentí remordimiento a las tres de la mañana hasta la fugacidad, prosiguió en mi sueño Hanno Sauer: −Ni siquiera los animales, los difuntos u objetos inanimados, pudieron liberarse del largo plazo de la ley, decía. La historia está repleta de creaturas que comparecieron con aplomo y seriedad ante los jueces, proclamaron ante Dios y el público sus fechorías y los disciplinaron. En Sant Julián -Alpes franceses, se dirimió el caso de unos gorgojos que devoraron una cosecha. Y quedé pensativo en como diablos los llevaron a arderse en sus infiernos. ¡Vaya vida loca! Cavilé, no tuve entendedera. Solo la “Canción de la vida profunda” de Porfirio Barba Jacob.
Este filósofo Hanno Sauer, profesor de ética en la universidad de Utrecht, me narraba en el sueño y me hacían volar: −Tras el año 1501 en Basilea, se degolló a un gallo culpable de poner huevos. ¡Uff, que marica! pensó mi boca loca. ¿Qué podrían hacer conmigo?… Y prosiguió el intelectual con sus pies en el Mar del Norte, atento a mis emociones y sin notarme en el rostro los efectos de la motilidad estomacal que provocaban mis lombrices, aún en su parranda carnavalesca. En mis divertículos intestinales fluían los jugos gástricos; bacterias y virus consumían restos del licor que había bebido entre torrentes y dudas: Y él dijo, −En Madagascar cuando por azar atrapaban a un cocodrilo, lo interrogaban por si algún congénere suyo había matado a alguien-. Pensé aquella lección de propaganda: “No es el corazón el que cura el amor sino el hígado” porque de la salud digestiva depende la aminocidad que alienta a mi cerebro para mi vida sana.
Y ahí sí ¡Puf! siquiera no nací en África. ¡Oh! mejor, bebo para hallarme entre otras culturas de la vida. Y me aconsejó pensar con la gramática moral de aquellos años y lugares para compararla con la conciencia de mi tiempo. Yo lelo ahí, con pies mojados, tiritante mientras habló de un concilio cadavérico, el “Sinodus horrenda” del año 887. Allí se juzgó al Papa Formoso por irregularidades en su elección: él ahí de cuerpo presente con sus tres meses de muerto, exhumado y procesado. Y con esas formalidades se procesaron espadas, pozos, carruajes, cosas sospechas de asesinato. Así encarcelaron unas campanas, sospecharon porque parecieron peligrosas. Y cuando en 1535 Antony Wilde, se finó por asfixia en un almiar en Nottinghamshire, el perspicaz jurado emitió su fallo en contra de un manojo de paja como principal culpable de los hechos.
Con su palabra clarividente en “La invención del bien y del mal” Hanno Sauer me sacó de la resaca moral; como sanando una muela, porque también existen el guayabo moral y el guayabo puntudo. Pregúntele a cualquier amiga para que se los explique. ¡Lógico! porque si seguimos con las actuaciones humanas actuales, como están, podríamos ser juzgados por algún dios con cachos que envisten a los chismosos.
“La moralidad es el nicho en el que sobrevivimos. Es un mecanismo para nuestra supervivencia biológica”
Desde la evolución de la cooperación hace cinco millones de años hasta las recientes crisis de la polarización moral, rebúscate en ti mismo, evalúate en las realidades de estos días: ¿Dónde están los gorgojos? ¿Qué gallos cacarean ante redes y micrófonos? ¿Cuál de ellos ha puesto el huevo más grande y escandaloso?… Y en el otro patio del tierrero, ¿Cuál cocodrilo se devorará a quién? ¿En cuál sancochería terminarán esos gallos? Y cómo hablan entre nosotros con base en hechos inventados y deforman, generan poderes que son “bocatto di cardinale” ¿Cuál es el papability cadáver y por cuales instituciones nos dejará su felitez?
Pero al final de este sueño y hurgando en cualquier rincón, adentro o afuera de bragas y calzoncillos, ¿Dónde estará el manojo de la paja culpable de los hechos?… Será entre los hombres y las mujeres que saben demasiado; entonces ¿Cómo se dobla el peligro de su propio campanario?
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